lunes, 28 de enero de 2013

Identidad (es) mercadológica

De la transformación de las fiestas populares a espectáculos mediáticos

Lourdes Hernández Quiñones

A unos días de que inicien las fiestas populares de La Candelaria, en honor a la vírgen del mismo nombre en la población de Tlacotalpan, en Veracruz (México), muchos corazones lloran por la pérdida de una fiesta del pueblo. Ya no es lo mismo, ahora en la cartelera se han introducido a la par del Encuentro de Jaraneros y decimistas-raíz de esta celebración-nombres de cantantes promovidos por las televisoras comerciales. Pareciera que se trata de ahogar a las fiestas populares para promover el turismo masivo, exclusivamente por el interés de los recursos económicos y no por la trascendencia de las manifestaciones culturales que contribuyen a la construcción y reconstrucción de las identidades que habitan este territorio mexicano.

Claro que no está mal que se pretenda hacer de las fiestas, actividades autosustentables. Pero lo cierto es que las fiestas populares, por pertenecer al corazón de sus habitantes, sobreviven gracias a ellos y no por la participación de las autoridades. Desde que la Secretaría de Turismo del Gobierno del Estado de Veracruz asomó en la organización de estas festividades, se transformaron en lo que no son: espectáculos mediáticos que pretenden vender la imagen acartonada y maquillada de una población.

El turismo cultural debe tener como premisa el respeto a los pobladores, a sus modos de vida,  a sus tradiciones. ¿De qué sirve que lleguen miles de turistas a Tlacotalpan? La infraestructura turística es inadecuada: la ciudad no cuenta con suficientes servicios de hotelería ni de gastronomía para dar respuesta a toda la demanda. La llegada de tantos visitantes daña su patrimonio cultural. Y, principalmente,  atenta contra la celebración original que ha tenido que "adecuarse" a ciertos requerimientos para la obtención de apoyos económicos. Así, la apacible ciudad de Tlacotalpan, orgullosa por su arquitectura, sus hombres y mujeres, sus bordados y tejidos, su laudería, y mucho más manifestaciones culturales, se pierde durante cuatro días en la invasión comercial que inunda sus calles.

El dilema de la (im)posible convivencia entre tradición y modernidad. Ojalá que esta inundación de lo ajeno no provoque el mismo daño que las aguas del río hace dos años y medio.