Lourdes
Hernández Quiñones
Introducción
El Patrimonio Cultural visto a la luz
del concepto “modernidad líquida”, de Zygmunt Bauman (1),
anhela recuperar la solidez que le dio origen. Si bien se trata de una
construcción simbólica y como tal corre el riesgo de desmoronarse ante valores,
ideologías, contextos históricos e instituciones que no requieren de su
existencia para legitimarse, el Patrimonio Cultural aparece debilitado en una
sociedad en la que lo relevante es el consumo de significados y no su
producción.
En su más reciente obra, La cultura en el mundo de la modernidad
líquida (2), Bauman plantea que las
élites culturales que durante varios siglos fue posible reconocer en la cúspide
de la estructura social, hoy se pueden calificar de “omnívoras”, pues éstas son
capaces de incluir en su consumo cultural tanto lo más significativo de las
bellas artes, como lo más gustado de la cultura popular o la difundida por los
medios de comunicación y las nuevas tecnologías. De acuerdo con Bauman, de eso
se trata la modernidad, de la capacidad de consumirlo todo.
Zygmunt Bauman hace una breve revisión
de las propuestas de Pierre Bourdieu en su libro La distinción, criterios y bases sociales del gusto (1979),
referentes a la distinción entre los grupos sociales a partir de la oferta y el
consumo cultural, y reconoce que en su momento, esta publicación resultó de
gran relevancia pues permitió mirar a la cultura como un factor determinante para
el equilibrio del sistema y la preservación del status quo. Décadas más tarde, la sociedad transitaría hacia lo que
Bauman denominó “modernidad líquida”:
“Esta
modernidad se ‘liquida’ en el transcurso de una ‘modernización’ obsesiva y
compulsiva que se propulsa e intensifica a sí misma, como resultado de la cual,
a la manera del líquido-de ahí la elección del término-ninguna de las etapas
consecutivas de la vida social puede mantener su forma durante un tiempo
prolongado” (Bauman, Zygmunt, 2013, p.17).
Es en este contexto que el concepto de
cultura y las funciones atribuidas a la misma han pasado de una misión social y
revolucionaria, por las posibilidades de llevar a cabo una transformación
social a partir de la generalización del conocimiento; a la de la preservación
y legitimación de un orden social, en la que la cultura es aprovechada para la
consolidación de los Estados a partir de la construcción de sus identidades y
delimitaciones territoriales. Ambas funciones han cedido paso a la liquidez de la
realidad social, en la que ya no
resultan convenientes las acciones para el desarrollo de ideologías ni aquellas
que propicien la cohesión social.
La
liquidez del concepto de cultura
Si bien el concepto de cultura es
polisémico, para este ensayo usaremos el formulado por la Organización de las
Naciones Unidas para la educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO,
durante la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales realizada en 1982
en México, y que se conoce como la Declaración
de México sobre las Políticas Culturales:
“la
cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos
distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que
caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las
artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser
humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (3).
Si al referirnos al concepto de cultura
tomamos en cuenta lo planteado por Bauman en su más reciente obra, La cultura en el mundo de la modernidad
líquida, habría que considerar que en la modernidad se lucha contra los
paradigmas y todo aquello que sirva para el establecimiento de un orden; así,
el concepto de cultura planteado por la UNESCO no
tendría vigencia pues el mismo incluye referentes como valores, creencias y
tradiciones, conceptos que tienen que ver con argumentos sólidos y no
líquidos, con la preservación de una manera de vivir la vida, con la
posibilidad de construir y reconstruir la memoria. Sin embargo, en la
modernidad la cultura se concibe en su función utilitaria, ligada directamente
con el mercado de consumo, en el que sólo interesa renovar las existencias para
captar la atención de los posibles consumidores. De allí la necesidad de que no
existan obstáculos para el libre fluir de las mercancías:
“Las
fuerzas que impulsan la transformación gradual del concepto de ‘cultura’ en su
encarnación moderna líquida son las mismas que contribuyen a liberar los
mercados de sus limitaciones no económicas: principalmente sociales, políticas
y étnicas” (Bauman, Zygmunt, 2013, p. 20).
A partir de las formulaciones teóricas
de Bauman, cabría preguntarse: ¿es el concepto de cultura el que requiere
replantearse ante la modernidad líquida?, ¿es la producción y el consumo
cultural los términos que se han modificado en el siglo XXI ante la irrupción
de las industrias culturales? En este entramado de nuevos significados, ¿dónde
queda la concepción simbólica de la cultura?
El
patrimonio cultural como un concepto vivo y cambiante
La dinámica de cambio propuesta por la
modernidad en un contexto de globalización constituye un campo casi inasible
para los conceptos que en su sentido se
vinculan con estabilidad, organización, construcción, estructura o que buscan explicar procesos sociales
históricos que a la luz de la modernidad siguen reinventándose para adecuarse a
las nuevas realidades. Tal es el caso del patrimonio cultural que, al igual que
otros campos y sectores, ha sufrido los embates de concepciones posmodernas, en
las que la identidad y la cohesión social no tienen cabida. Para la definición
de Patrimonio Cultural recurriremos de nuevo a la contenida en la Declaración de México sobre las Políticas
Culturales (1982):
“El
patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas,
arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas,
surgidas del alma popular, el conjunto de valores que dan un sentido a la vida.
Es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de
ese pueblo: la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos
históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas” (3).
Sin embargo, es necesario puntualizar
que el patrimonio cultural no existe como tal; tiene que ser identificado en un
grupo social como un valor simbólico de relevancia para la comunidad, a través
del consenso o, en su defecto, construido desde las instituciones políticas o
desde el poder. Si bien la inclusión del término Patrimonio Cultural en los
instrumentos normativos de la UNESCO es
reciente (data del año 1972), sus orígenes se remontan al siglo XVIII y más
concretamente a la época del romanticismo.
Llorenc Prats, profesor de la
Universidad de Barcelona, en su artículo titulado El concepto de patrimonio cultural (4),
señala que el patrimonio cultural es una invención y una construcción social, y
puntualiza que los procesos de invención se asocian con “la capacidad de
generar discursos sobre la realidad con visos de adquirir cartas de naturaleza,
y, por tanto, con el poder”; mientras que la idea de construcción social se
relaciona con los procesos de legitimación. Así, de acuerdo con lo que afirma
Prats, el patrimonio Cultural es un proceso de construcción simbólica que tiene
como propósito legitimar unos referentes a partir de una fuente de autoridad.
El académico de la Universidad de Barcelona enmarca dichos procesos en un
triángulo-que son los referentes simbólicos patrimoniales-y cada una
corresponde a un concepto distinto: naturaleza, historia y genialidad. Así, los
potenciales patrimonios culturales son definidos como tales al vincularse con
alguno de los referentes antes señalados y, además, tienen que ver con los
valores hegemónicos de su momento y “las versiones ideológicas de la identidad”
(Llorenc Prats, 1998, p. 121). Es decir, cualquier propuesta para constituirse
en Patrimonio Cultural debe estar vinculada con la naturaleza, la historia o la
genialidad y además, estar sustentada en algún valor definido desde la
hegemonía del momento.
Al hablar de identidad, Prats puntualiza
que ésta es también una construcción social y que toda versión de una identidad
es ideológica ya que responde a unas ideas y unos valores previos. “El
patrimonio, mejor dicho, las diversas activaciones de determinados referentes
patrimoniales, son representaciones simbólicas de estas versiones de la
identidad” (Llorenc Prats, 1998, p. 121). En ese sentido quien define o activa
los repertorios patrimoniales “son los poderes constituidos. El poder político
fundamentalmente, los gobiernos locales, regionales, nacionales” (p. 123).
Queda entonces establecido cuáles son los conceptos que ayudan a definir el
Patrimonio cultural: identidad, ideología, símbolo y poder político.
Sin embargo, durante la segunda mitad del
siglo veinte aprecen nuevas formas de vivir la realidad a través del disfrute
de mayor tiempo de ocio, distribuido entre el turismo y los medios de
comunicación; así, gran parte de la vida se convierte en un primer momento en
espectáculo y, más tarde, en un artículo de consumo. Esta dinámica afecta al
patrimonio cultural que, vinculado con el turismo, se convierte en una
mercancía y queda sujeto a la demanda de los consumidores. Llorenc Prats alerta
sobre este proceso de transformación:
“Nacen un nuevo tipo de activaciones patrimoniales cuya motivación no es ya de
carácter identitario, sino abiertamente turístico y comercial, para lo cual,
los referentes que se activan y los significados que se les confiere no
responden ya a los diversos nosotros del
nosotros que pueden representar las distintas versiones ideológicas de la
identidad, sino, fundamentalmente, al nosotros
de los otros, es decir, a la imagen externa y frecuentemente estereotipada
que se tiene de nuestra identidad (de los protagonistas) desde los centros
emisores de turismo” (Llorenc Prats, 1998, p. 126).
Un ejemplo muy claro de esta realidad es
el Festival Cumbre Tajín, con el lema
“Festival de la identidad”, que desde el año 2000 se realiza en un área próxima
a la zona arqueológica de El Tajín, allí se presentan grupos artísticos que hablan más de los otros que del nosotros, atrayendo a un número importante de visitantes que no
aprecian los valores simbólicos de la cultura totonaca, sino que asisten al
lugar para escuchar a grupos de música tanto nacionales como internacionales.
Quizás sea una muestra de cómo los ciudadanos de hoy-tal y como lo comenta
Bauman-están dispuestos a consumir todo lo que se les presenta sin cuestionar
lo que se consume.
El
patrimonio como producto o como espacio de intervención cultural
Las condiciones históricas que han
enmarcado el desarrollo del concepto de patrimonio cultural, desde el siglo
XVIII, han definido las funciones que se han conferido al mismo, ya sea como
expresión de una persona o de un grupo; como legitimador del poder político; o
bien como mercancía ante la hegemonía económica del siglo XXI. En cualquiera de
ellas, sin embargo, no puede dejarse de lado su concepción simbólica y su
significado como constituyente de la memoria y de la historia, así como de su
función en el presente.
En relación con este tema, Eduardo
Nivón, especialista en Políticas Culturales y en Patrimonio Cultural, en el
libro Gestionar el patrimonio en tiempos
de globalización señala lo siguiente:
“El
patrimonio, entonces, no es un conjunto canónico de bienes físicos o
inmateriales, sino un proceso relacionado con la actividad y la agencia
humanas, un instrumento de poder simbólico, independientemente de la época
histórica en que se examine. En ese sentido, el patrimonio nunca es inerte,
sino una constante recreación asociada a la formación de identidades
individuales, grupales o nacionales. Por tanto, lo que importa del patrimonio
es la forma como son percibidos los objetos de la memoria” (5).
Resulta importante la propuesta de Nivón
para mirar al patrimonio como una constante recreación, concepto con el que
coincide Néstor García Canclini cuando señala “Un patrimonio reformulado que
considere sus usos sociales, no desde una mera actitud defensiva, de simple
rescate, sino con una visión más compleja de cómo la sociedad se apropia de su
historia, puede involucrar a nuevos sectores” (6).
Nuevas miradas, como la de García
Canclini, proponen considerar al patrimonio cultural desde una perspectiva
ciudadana, restando solemnidad y rigidez al concepto, y asumiéndolo como una
preocupación desde la sociedad no sólo por lo que significa para su historia y
su pasado, sino también por lo que representa para su presente. García Canclini
subraya la necesidad de abordar los
conflictos sociales que giran en torno al patrimonio cultural y que
tienen que ver con cómo distintos sectores se apropian de la herencia cultural,
y con la desigual participación de los grupos sociales en su formación y
apropiación.
“Como
espacio de disputa económica, política y simbólica, el patrimonio está
atravesado por la acción de tres tipos de agentes: el sector privado, el Estado
y los movimientos sociales. Las contradicciones en el uso del patrimonio tienen
la forma que asume la interacción entre estos sectores en cada periodo” (García
Canclini, Néstor, 1999).
Tanto Nivón como García Canclini
enfatizan la concepción simbólica del patrimonio cultural, función inherente a
su propia existencia. Sobre el mismo tema, Gilberto Giménez puntualiza que:
“la
realidad del símbolo no se agota en su función de significación, sino que
abarca también los diferentes empleos que, por medio de la significación, hacen
de él los usuarios para actuar sobre el mundo y transformarlo en función de sus
intereses. Dicho de otro modo: el símbolo y, por lo tanto, la cultura, no es
solamente un significado producido para ser descifrado como un ‘texto’, sino
también un instrumento de intervención sobre el mundo y un dispositivo de
poder” (7).
Es decir, a partir de lo propuesto por
Eduardo Nivón, García Canclini y Gilberto Giménez, podemos concluir que el
Patrimonio Cultural es una construcción simbólica que se estructura a partir de
un proceso de selección de sentidos y construcción de referentes, para ser
presentado ante la sociedad como un texto que habla de uno o varios
significados, y también como argumento para actuar sobre la realidad. Lo
anterior permite suponer que los sentidos del Patrimonio Cultural no son
necesariamente estables, sino que podrán ser transformados por la sociedad, de
acuerdo con los usos y apropiaciones del mismo.
A
manera de conclusión
Zygmunt Bauman ha propuesto el término
de “modernidad líquida” para poder comprender mejor el fluir continuo de la
realidad ante el nuevo milenio sin un rumbo claro y definido, salvo la
existencia de un consumismo sin tregua. La posibilidad de dotar a todos los
conceptos del adjetivo “líquido” es planteada por Bauman como la omniprescencia
de este concepto en un presente que se nos escapa sin poder comprenderlo, sin
paradigmas posibles, sin reflexiones ni análisis. Sin embargo, ¿cómo comprender
esta realidad si no es a partir del concepto de cultura?
Bauman
confiere a la cultura la categoría de “cultura líquida”. Sin embargo,
son algunas producciones culturales, los usos y consumos de bienes y servicios
culturales lo que podrían emarcarse en esta etiqueta de “liquidez”, pues son
los que se encuentran inmersos en la dinámica de una economía brutal. Aún en la
posmodernidad, la cultura es una construcción simbólica que a través de los
diversos productos culturales comunica sentidos y significados. Si bien
anteriormente, la cultura permitía reconocer a los distintos sectores sociales
y contribuía a su estratificación, en la actualidad ésta misma busca contribuir
a la creencia de que los sectores medios se han ampliado y que gracias a los
beneficios de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el
mundo está al alcance de todos. Basta
con mirar los artículos de gran consumo en la sociedad del siglo XXI:
televisores, radios, teléfonos celulares, computadoras, todos aquellos
dispositivos tecnológicos que permiten quedar incluidos en el sentido de la
modernidad, de formar parte de este estilo de vida que identifica a los
“ciudadanos del mundo”. ¿Cómo suponer que ya no existen significados en las
nuevas maneras de vivir el mundo, si lo que ofrece la modernidad es la
desterritorialización? Aunque exista un anhelo por borrar las fronteras entre
las naciones, lo local se sigue fortaleciendo ante lo global, las identidades
son una temática importante en los productos culturales, y las diferencias
culturales son la esencia de la igualdad. Son las construcciones culturales las
que nos permiten reconocernos como iguales en la diferencia. Si no es así,
¿cómo explicar el éxito de los tenis Converse,
como un producto de gran lujo, a partir de que artistas mixtecos plasman a mano
pinturas con personajes de su mundo mágico? ¿Cómo mirar a los coches wolkswagen
que los huicholes han llenado con chaquira para ser exhibidos con sus
construcciones simbólicas, en galerías de todo el mundo?
La sobreabundancia de productos en los
almacenes exige que estos se renueven de forma permanente para responder a la
exigencia de los consumidores. Se trata de un fenómeno económico atravesado por
significaciones vinculadas con los modos de vida. La cultura, los conceptos y
procesos culturales están en permanente construcción y reconstrucción, pues
están vinculados con las dinámicas sociales; términos como historia, tradición,
memoria y patrimonio son connaturales a la cultura y se requieren para mirarnos
en el pasado y para poder comprender mejor nuestro estar en el presente y en el
futuro. Nos decimos a través de formas culturales que resignifican
permanentemente nuestro transitar por el mundo. La modernidad líquida sólo
puede ser comprendida a partir de una cultura sólida que permita comprehender
la complejidad de la modernidad. En este sentido, el Patrimonio Cultural juega un papel muy
importante.
_________________________________________________________________________
Referencias
(1)
Bauman Zygmunt (2003), Modernidad líquida, Fondo de Cultura
Económica, México.
(2)
Bauman, Zygmunt (2013), La cultura en el mundo de la modernidad
líquida, recuperado el 25 de noviembre de 2013, de: www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/adelanto_la_cultura_en_el_mundo...pdf
(3)
Declaración
de México sobre las Políticas Culturales. Conferencia Mundial
sobre las Políticas Culturales (1982), recuperado el 23 de noviembre de 2013 de
http://portal.unesco.org/culture/es/files/35197/11919413801mexico_sp.pdf/mexico_sp.pdf
(4)
Prat, Llorenc, El concepto de patrimonio cultural (1998), recuperado el 24 de
noviembre de 2013 de www.antropologiasocial.org/contenidos/publicaciones/otautores/prats%20el%20concepto%20de%20patrimonio%20cultural.pdf
(5) Nivón,
Eduardo y Rosas, Mantecón, Ana (coordinadores) (2010), Gestionar el patrimonio en tiempos de globalización, Universidad
Autónoma Metropolitana, Juan Pablos Editor, México.
(6) García
Canclini, Néstor, “Los usos sociales del Patrimonio Cultural” en Aguilar
Criado, Encarnación (1999), Patrimonio
Etnológico. Nuevas perspectivas de estudio, Consejería de Cultura, Junta de
Andalucía, España, recuperado el 15 de abril de 2013 de http://ciudadespatrimonio.mx/descargables/Los-usos-sociales-del-patrimonio-cultural.pdf
(7) Giménez,
Gilberto, La concepción simbólica de la
cultura, recuperado el 10 de octubre de 2013 de http://www.paginasprodigy.com/peimber/cultura.pdf
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