martes, 7 de enero de 2014

La fragilidad del Patrimonio Cultural ante la modernidad líquida del siglo XXI


Lourdes Hernández Quiñones


Introducción
El Patrimonio Cultural visto a la luz del concepto “modernidad líquida”, de Zygmunt Bauman (1), anhela recuperar la solidez que le dio origen. Si bien se trata de una construcción simbólica y como tal corre el riesgo de desmoronarse ante valores, ideologías, contextos históricos e instituciones que no requieren de su existencia para legitimarse, el Patrimonio Cultural aparece debilitado en una sociedad en la que lo relevante es el consumo de significados y no su producción.

En su más reciente obra, La cultura en el mundo de la modernidad líquida (2), Bauman plantea que las élites culturales que durante varios siglos fue posible reconocer en la cúspide de la estructura social, hoy se pueden calificar de “omnívoras”, pues éstas son capaces de incluir en su consumo cultural tanto lo más significativo de las bellas artes, como lo más gustado de la cultura popular o la difundida por los medios de comunicación y las nuevas tecnologías. De acuerdo con Bauman, de eso se trata la modernidad, de la capacidad de consumirlo todo.

Zygmunt Bauman hace una breve revisión de las propuestas de Pierre Bourdieu en su libro La distinción, criterios y bases sociales del gusto (1979), referentes a la distinción entre los grupos sociales a partir de la oferta y el consumo cultural, y reconoce que en su momento, esta publicación resultó de gran relevancia pues permitió mirar a la cultura como un factor determinante para el equilibrio del sistema y la preservación del status quo. Décadas más tarde, la sociedad transitaría hacia lo que Bauman denominó “modernidad líquida”:

“Esta modernidad se ‘liquida’ en el transcurso de una ‘modernización’ obsesiva y compulsiva que se propulsa e intensifica a sí misma, como resultado de la cual, a la manera del líquido-de ahí la elección del término-ninguna de las etapas consecutivas de la vida social puede mantener su forma durante un tiempo prolongado” (Bauman, Zygmunt, 2013, p.17).

Es en este contexto que el concepto de cultura y las funciones atribuidas a la misma han pasado de una misión social y revolucionaria, por las posibilidades de llevar a cabo una transformación social a partir de la generalización del conocimiento; a la de la preservación y legitimación de un orden social, en la que la cultura es aprovechada para la consolidación de los Estados a partir de la construcción de sus identidades y delimitaciones territoriales. Ambas funciones han cedido paso a la liquidez de la realidad social, en la que ya  no resultan convenientes las acciones para el desarrollo de ideologías ni aquellas que propicien la cohesión social.

La liquidez del concepto de cultura
Si bien el concepto de cultura es polisémico, para este ensayo usaremos el formulado por la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la Ciencia y la Cultura, UNESCO, durante la Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales realizada en 1982 en México, y que se conoce como la Declaración de México sobre las Políticas Culturales:

“la cultura puede considerarse actualmente como el conjunto de los rasgos distintivos, espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o un grupo social. Ella engloba, además de las artes y las letras, los modos de vida, los derechos fundamentales al ser humano, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (3).

Si al referirnos al concepto de cultura tomamos en cuenta lo planteado por Bauman en su más reciente obra, La cultura en el mundo de la modernidad líquida, habría que considerar que en la modernidad se lucha contra los paradigmas y todo aquello que sirva para el establecimiento de un orden; así, el concepto de cultura planteado por la UNESCO no tendría vigencia pues el mismo incluye referentes como valores,  creencias y  tradiciones, conceptos que tienen que ver con argumentos sólidos y no líquidos, con la preservación de una manera de vivir la vida, con la posibilidad de construir y reconstruir la memoria. Sin embargo, en la modernidad la cultura se concibe en su función utilitaria, ligada directamente con el mercado de consumo, en el que sólo interesa renovar las existencias para captar la atención de los posibles consumidores. De allí la necesidad de que no existan obstáculos para el libre fluir de las mercancías:

“Las fuerzas que impulsan la transformación gradual del concepto de ‘cultura’ en su encarnación moderna líquida son las mismas que contribuyen a liberar los mercados de sus limitaciones no económicas: principalmente sociales, políticas y étnicas” (Bauman, Zygmunt, 2013, p. 20).

A partir de las formulaciones teóricas de Bauman, cabría preguntarse: ¿es el concepto de cultura el que requiere replantearse ante la modernidad líquida?, ¿es la producción y el consumo cultural los términos que se han modificado en el siglo XXI ante la irrupción de las industrias culturales? En este entramado de nuevos significados, ¿dónde queda la concepción simbólica de la cultura?

El patrimonio cultural como un concepto vivo y cambiante
La dinámica de cambio propuesta por la modernidad en un contexto de globalización constituye un campo casi inasible para  los conceptos que en su sentido se vinculan con estabilidad, organización, construcción, estructura  o que buscan explicar procesos sociales históricos que a la luz de la modernidad siguen reinventándose para adecuarse a las nuevas realidades. Tal es el caso del patrimonio cultural que, al igual que otros campos y sectores, ha sufrido los embates de concepciones posmodernas, en las que la identidad y la cohesión social no tienen cabida. Para la definición de Patrimonio Cultural recurriremos de nuevo a la contenida en la Declaración de México sobre las Políticas Culturales (1982):

“El patrimonio cultural de un pueblo comprende las obras de sus artistas, arquitectos, músicos, escritores y sabios, así como las creaciones anónimas, surgidas del alma popular, el conjunto de valores que dan un sentido a la vida. Es decir, las obras materiales y no materiales que expresan la creatividad de ese pueblo: la lengua, los ritos, las creencias, los lugares y monumentos históricos, la literatura, las obras de arte y los archivos y bibliotecas” (3).

Sin embargo, es necesario puntualizar que el patrimonio cultural no existe como tal; tiene que ser identificado en un grupo social como un valor simbólico de relevancia para la comunidad, a través del consenso o, en su defecto, construido desde las instituciones políticas o desde el poder. Si bien la inclusión del término Patrimonio Cultural en los instrumentos normativos de la UNESCO es reciente (data del año 1972), sus orígenes se remontan al siglo XVIII y más concretamente a la época del romanticismo.

Llorenc Prats, profesor de la Universidad de Barcelona, en su artículo titulado El concepto de patrimonio cultural (4), señala que el patrimonio cultural es una invención y una construcción social, y puntualiza que los procesos de invención se asocian con “la capacidad de generar discursos sobre la realidad con visos de adquirir cartas de naturaleza, y, por tanto, con el poder”; mientras que la idea de construcción social se relaciona con los procesos de legitimación. Así, de acuerdo con lo que afirma Prats, el patrimonio Cultural es un proceso de construcción simbólica que tiene como propósito legitimar unos referentes a partir de una fuente de autoridad. El académico de la Universidad de Barcelona enmarca dichos procesos en un triángulo-que son los referentes simbólicos patrimoniales-y cada una corresponde a un concepto distinto: naturaleza, historia y genialidad. Así, los potenciales patrimonios culturales son definidos como tales al vincularse con alguno de los referentes antes señalados y, además, tienen que ver con los valores hegemónicos de su momento y “las versiones ideológicas de la identidad” (Llorenc Prats, 1998, p. 121). Es decir, cualquier propuesta para constituirse en Patrimonio Cultural debe estar vinculada con la naturaleza, la historia o la genialidad y además, estar sustentada en algún valor definido desde la hegemonía del momento.

Al hablar de identidad, Prats puntualiza que ésta es también una construcción social y que toda versión de una identidad es ideológica ya que responde a unas ideas y unos valores previos. “El patrimonio, mejor dicho, las diversas activaciones de determinados referentes patrimoniales, son representaciones simbólicas de estas versiones de la identidad” (Llorenc Prats, 1998, p. 121). En ese sentido quien define o activa los repertorios patrimoniales “son los poderes constituidos. El poder político fundamentalmente, los gobiernos locales, regionales, nacionales” (p. 123). Queda entonces establecido cuáles son los conceptos que ayudan a definir el Patrimonio cultural: identidad, ideología, símbolo y poder político.

Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo veinte aprecen nuevas formas de vivir la realidad a través del disfrute de mayor tiempo de ocio, distribuido entre el turismo y los medios de comunicación; así, gran parte de la vida se convierte en un primer momento en espectáculo y, más tarde, en un artículo de consumo. Esta dinámica afecta al patrimonio cultural que, vinculado con el turismo, se convierte en una mercancía y queda sujeto a la demanda de los consumidores. Llorenc Prats alerta sobre este proceso de  transformación: “Nacen un nuevo tipo de activaciones patrimoniales cuya motivación no es ya de carácter identitario, sino abiertamente turístico y comercial, para lo cual, los referentes que se activan y los significados que se les confiere no responden ya a los diversos nosotros del nosotros que pueden representar las distintas versiones ideológicas de la identidad, sino, fundamentalmente, al nosotros de los otros, es decir, a la imagen externa y frecuentemente estereotipada que se tiene de nuestra identidad (de los protagonistas) desde los centros emisores de turismo” (Llorenc Prats, 1998, p. 126).

Un ejemplo muy claro de esta realidad es el Festival Cumbre Tajín, con el lema “Festival de la identidad”, que desde el año 2000 se realiza en un área próxima a la zona arqueológica de El Tajín, allí se presentan  grupos artísticos que hablan más de los otros que del nosotros, atrayendo a un número importante de visitantes que no aprecian los valores simbólicos de la cultura totonaca, sino que asisten al lugar para escuchar a grupos de música tanto nacionales como internacionales. Quizás sea una muestra de cómo los ciudadanos de hoy-tal y como lo comenta Bauman-están dispuestos a consumir todo lo que se les presenta sin cuestionar lo que se consume.


El patrimonio como producto o como espacio de intervención cultural
Las condiciones históricas que han enmarcado el desarrollo del concepto de patrimonio cultural, desde el siglo XVIII, han definido las funciones que se han conferido al mismo, ya sea como expresión de una persona o de un grupo; como legitimador del poder político; o bien como mercancía ante la hegemonía económica del siglo XXI. En cualquiera de ellas, sin embargo, no puede dejarse de lado su concepción simbólica y su significado como constituyente de la memoria y de la historia, así como de su función en el presente.

En relación con este tema, Eduardo Nivón, especialista en Políticas Culturales y en Patrimonio Cultural, en el libro Gestionar el patrimonio en tiempos de globalización señala lo siguiente:

“El patrimonio, entonces, no es un conjunto canónico de bienes físicos o inmateriales, sino un proceso relacionado con la actividad y la agencia humanas, un instrumento de poder simbólico, independientemente de la época histórica en que se examine. En ese sentido, el patrimonio nunca es inerte, sino una constante recreación asociada a la formación de identidades individuales, grupales o nacionales. Por tanto, lo que importa del patrimonio es la forma como son percibidos los objetos de la memoria” (5).

Resulta importante la propuesta de Nivón para mirar al patrimonio como una constante recreación, concepto con el que coincide Néstor García Canclini cuando señala “Un patrimonio reformulado que considere sus usos sociales, no desde una mera actitud defensiva, de simple rescate, sino con una visión más compleja de cómo la sociedad se apropia de su historia, puede involucrar a nuevos sectores” (6).

Nuevas miradas, como la de García Canclini, proponen considerar al patrimonio cultural desde una perspectiva ciudadana, restando solemnidad y rigidez al concepto, y asumiéndolo como una preocupación desde la sociedad no sólo por lo que significa para su historia y su pasado, sino también por lo que representa para su presente. García Canclini subraya la necesidad de abordar los  conflictos sociales que giran en torno al patrimonio cultural y que tienen que ver con cómo distintos sectores se apropian de la herencia cultural, y con la desigual participación de los grupos sociales en su formación y apropiación.

“Como espacio de disputa económica, política y simbólica, el patrimonio está atravesado por la acción de tres tipos de agentes: el sector privado, el Estado y los movimientos sociales. Las contradicciones en el uso del patrimonio tienen la forma que asume la interacción entre estos sectores en cada periodo” (García Canclini, Néstor, 1999).

Tanto Nivón como García Canclini enfatizan la concepción simbólica del patrimonio cultural, función inherente a su propia existencia. Sobre el mismo tema, Gilberto Giménez puntualiza que:

“la realidad del símbolo no se agota en su función de significación, sino que abarca también los diferentes empleos que, por medio de la significación, hacen de él los usuarios para actuar sobre el mundo y transformarlo en función de sus intereses. Dicho de otro modo: el símbolo y, por lo tanto, la cultura, no es solamente un significado producido para ser descifrado como un ‘texto’, sino también un instrumento de intervención sobre el mundo y un dispositivo de poder” (7).

Es decir, a partir de lo propuesto por Eduardo Nivón, García Canclini y Gilberto Giménez, podemos concluir que el Patrimonio Cultural es una construcción simbólica que se estructura a partir de un proceso de selección de sentidos y construcción de referentes, para ser presentado ante la sociedad como un texto que habla de uno o varios significados, y también como argumento para actuar sobre la realidad. Lo anterior permite suponer que los sentidos del Patrimonio Cultural no son necesariamente estables, sino que podrán ser transformados por la sociedad, de acuerdo con los usos y apropiaciones del mismo.

A manera de conclusión
Zygmunt Bauman ha propuesto el término de “modernidad líquida” para poder comprender mejor el fluir continuo de la realidad ante el nuevo milenio sin un rumbo claro y definido, salvo la existencia de un consumismo sin tregua. La posibilidad de dotar a todos los conceptos del adjetivo “líquido” es planteada por Bauman como la omniprescencia de este concepto en un presente que se nos escapa sin poder comprenderlo, sin paradigmas posibles, sin reflexiones ni análisis. Sin embargo, ¿cómo comprender esta realidad si no es a partir del concepto de cultura?

Bauman  confiere a la cultura la categoría de “cultura líquida”. Sin embargo, son algunas producciones culturales, los usos y consumos de bienes y servicios culturales lo que podrían emarcarse en esta etiqueta de “liquidez”, pues son los que se encuentran inmersos en la dinámica de una economía brutal. Aún en la posmodernidad, la cultura es una construcción simbólica que a través de los diversos productos culturales comunica sentidos y significados. Si bien anteriormente, la cultura permitía reconocer a los distintos sectores sociales y contribuía a su estratificación, en la actualidad ésta misma busca contribuir a la creencia de que los sectores medios se han ampliado y que gracias a los beneficios de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, el mundo  está al alcance de todos. Basta con mirar los artículos de gran consumo en la sociedad del siglo XXI: televisores, radios, teléfonos celulares, computadoras, todos aquellos dispositivos tecnológicos que permiten quedar incluidos en el sentido de la modernidad, de formar parte de este estilo de vida que identifica a los “ciudadanos del mundo”. ¿Cómo suponer que ya no existen significados en las nuevas maneras de vivir el mundo, si lo que ofrece la modernidad es la desterritorialización? Aunque exista un anhelo por borrar las fronteras entre las naciones, lo local se sigue fortaleciendo ante lo global, las identidades son una temática importante en los productos culturales, y las diferencias culturales son la esencia de la igualdad. Son las construcciones culturales las que nos permiten reconocernos como iguales en la diferencia. Si no es así, ¿cómo explicar el éxito de los tenis Converse, como un producto de gran lujo, a partir de que artistas mixtecos plasman a mano pinturas con personajes de su mundo mágico? ¿Cómo mirar a los coches wolkswagen que los huicholes han llenado con chaquira para ser exhibidos con sus construcciones simbólicas, en galerías de todo el mundo?

La sobreabundancia de productos en los almacenes exige que estos se renueven de forma permanente para responder a la exigencia de los consumidores. Se trata de un fenómeno económico atravesado por significaciones vinculadas con los modos de vida. La cultura, los conceptos y procesos culturales están en permanente construcción y reconstrucción, pues están vinculados con las dinámicas sociales; términos como historia, tradición, memoria y patrimonio son connaturales a la cultura y se requieren para mirarnos en el pasado y para poder comprender mejor nuestro estar en el presente y en el futuro. Nos decimos a través de formas culturales que resignifican permanentemente nuestro transitar por el mundo. La modernidad líquida sólo puede ser comprendida a partir de una cultura sólida que permita comprehender la complejidad de la modernidad. En este sentido,  el Patrimonio Cultural juega un papel muy importante.















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Referencias
(1)   Bauman Zygmunt (2003), Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, México.
(2)   Bauman, Zygmunt (2013), La cultura en el mundo de la modernidad líquida, recuperado el 25 de noviembre de 2013, de:        www.elboomeran.com/upload/ficheros/obras/adelanto_la_cultura_en_el_mundo...pdf
(3)   Declaración de México sobre las Políticas Culturales. Conferencia Mundial sobre las Políticas Culturales (1982), recuperado el 23 de noviembre de 2013 de http://portal.unesco.org/culture/es/files/35197/11919413801mexico_sp.pdf/mexico_sp.pdf
(4)   Prat, Llorenc, El concepto de patrimonio cultural (1998), recuperado el 24 de noviembre de 2013 de www.antropologiasocial.org/contenidos/publicaciones/otautores/prats%20el%20concepto%20de%20patrimonio%20cultural.pdf
(5)   Nivón, Eduardo y Rosas, Mantecón, Ana (coordinadores) (2010), Gestionar el patrimonio en tiempos de globalización, Universidad Autónoma Metropolitana, Juan Pablos Editor, México.
(6)   García Canclini, Néstor, “Los usos sociales del Patrimonio Cultural” en Aguilar Criado, Encarnación (1999), Patrimonio Etnológico. Nuevas perspectivas de estudio, Consejería de Cultura, Junta de Andalucía, España, recuperado el 15 de abril de 2013 de http://ciudadespatrimonio.mx/descargables/Los-usos-sociales-del-patrimonio-cultural.pdf
(7)   Giménez, Gilberto, La concepción simbólica de la cultura, recuperado el 10 de octubre de 2013 de http://www.paginasprodigy.com/peimber/cultura.pdf






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