viernes, 27 de noviembre de 2015

El promotor cultural ante el nuevo escenario de la gestión artística


Lourdes Hernández Quiñones

Son las universidades, generadoras del conocimiento e instancias para su distribución social, las que pueden definir con mayor precisión los rumbos por los que la cultura deberá transitar para brindar a hombres y mujeres posibilidades de desarrollo social con criterios de equidad y calidad; más oportunidades para su disfrute y creación, y un panorama de mayor amplitud para la construcción simbólica de lo cotidiano.
   Los conceptos de temporalidad y de espacio han sufrido una transformación radical, como resultado de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, sin embargo, todavía existe un amplio sector de la población que no tiene acceso a las nuevas tecnologías y vive una nueva forma de analfabetismo y de exclusión. Como lo señala la doctora Lucina Jiménez en su libro Políticas culturales en transición. Retos y escenarios de la gestión cultural en México (2006), esa transformación del sentido de la percepción del tiempo y la distancia promovida por la velocidad en la transmisión de imágenes a través de la internet, así como por la invasión de los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana, han modificado las formas de relación de los públicos con las diversas manifestaciones culturales y, en particular, con las artes escénicas. Esta problemática la vivimos en Xalapa y en otras ciudades del estado, en donde los foros ven disminuir su público de manera alarmante. Por lo general, tal problemática se atribuye a tres factores: el exceso de actividades, la falta de coordinación entre los diversos agentes culturales que los lleva a programar actividades el mismo día a la misma hora, y una mala difusión. Lo cierto es que vivimos una época de transformación acelerada de los gustos, de los hábitos de consumo de la población y de las formas usuales de acceso y apropiación de la cultura. Por ello-dice Lucina Jiménez-cada vez es más necesario entrelazar el diseño de políticas culturales con el estudio sistemático de los hábitos de consumo cultural y las formas de percepción de los públicos. Ante la falta de educación de lo sensible el mercado lo que ha hecho es debilitar el uso del espacio público, fragmentar los públicos, imponer estéticas mediáticas y establecer estilos pasajeros. Habrá que agregar también el espectáculo que han hecho los medios masivos de la vida cotidiana.
   En esta, la llamada ciudad de las flores o la Atenas veracruzana (aunque dudo de que alguno de los nombres se conserve todavía en el imaginario colectivo como elementos descriptivos de Xalapa), ha existido a lo largo de los años y en lo particular, durante la segunda mitad del siglo XX, una actividad cultural intensa, impulsada de manera especial por la Universidad Veracruzana y por las instituciones de gobierno, entre las que se encuentran el Instituto Veracruzano de la Cultura y la ahora Secretaría de Educación de Veracruz que en sus inicios se llamaría Secretaría de Educación y Cultura y tendría entre sus atribuciones el desarrollo y promoción de actividades artísticas y culturales hasta que en el año 2006 la reingeniería de gobierno planteada por Fidel Herrera Beltrán transfirió el IVEC a la supuesta Secretaría de Turismo y Cultura, ubicando a la cultura en esta última dependencia por lo que la Secretaría de Educación dejó de ocuparse de la misma y  se olvidó de la educación artística.
   Así,  hasta iniciar el nuevo milenio, tanto en nuestro país como en Veracruz, había existido casi exclusivamente un movimiento cultural “institucionalizado”, pues partiría, con algunas excepciones, de las dependencias de gobierno como las antes mencionadas. Lo anterior permitió formar un público importante en Xalapa para las artes escénicas, en particular, para la música.
   Dicho proceso, desde las instituciones, estuvo cimentado en el trabajo de promotores que han cumplido fundamentalmente una función de programadores y de acompañamiento de los grupos. Faltó entonces, y sigue faltando en la mayoría de los casos, que dichos promotores ampliaran sus acciones y actualizaran su quehacer a los nuevos tiempos. Lamentablemente las instituciones promotoras de la cultura en nuestra entidad se han convertido en botines políticos, en donde lo que menos importa es la cultura, por lo que los gestores que allí laboran han caído en un desánimo total y su perspectiva consiste en esperar al cambio de gobierno.
   En el nuevo milenio el rostro cultural de Xalapa se ha transformado con particularidades que no son comunes en otras latitudes. De manera paralela al crecimiento anárquico de la ciudad, se ha generado un movimiento cultural independiente que surge de los propios creadores, quienes apoyados por el trabajo de algunos gestores culturales, también independientes, se han dado a la tarea de abrir nuevos espacios ante la necesidad de foros, galerías y centros culturales que las instituciones de gobierno y las universitarias manejan y que resultan insuficientes para la oferta cultural y para la demanda de la comunidad intelectual y artística. Los gestores culturales independientes han hecho esfuerzos para dar continuidad a esta actividad. Algunos lo han logrado, otros no; y han diversificado la oferta en sus espacios convirtiéndolos en cultubares, culturantros, cafés, y un largo etcétera. Esto es parte de lo que requiere actualmente: gestionar la cultura con creatividad para enfrentar los retos, incorporando a  la investigación en torno a lo cultural como una herramienta fundamental para tener elementos que nos brinden una mejor perspectiva de los escenarios donde nos movemos y de sus actores. Lo anterior, a partir de la consideración de que la creatividad es la capacidad para pensar, producir y actuar en forma innovadora o novedosa en los diversos campos del quehacer humano.
   Recordemos que la denominación de gestor cultural adoptada en nuestro país al iniciar los años noventa, había sido antecedida por la de animador y promotor cultural; y se ha hablado también de mediador cultural, o de gerentes y administradores culturales. Las distintas expresiones han respondido a un contexto histórico y a la manera de concebir esta profesión. La de animador cultural respondía a la necesidad que existía en los años setenta de animar la cultura y fomentar la creatividad cultural; años más tarde, la de mediador partiría de la idea de que es necesario fomentar la intermediación entre los agentes culturales: productores y receptores de cultura; la de gerentes y administradores hace hincapié en la necesidad de organizar la actividad cultural con principios y criterios empresariales, ya que se considera que la cultura se ha convertido en un poder público y en un importante sector económico. Esta última denominación tiene grandes carencias como es  que deja de lado las connotaciones de creatividad y los enfoques relacionados con la educación y la ciudadanía, para incidir más en los aspectos que tienen que ver con lo puramente empresarial.
   En este siglo veintiuno la denominación de gestor cultural es la que sigue empleándose, pues se considera que incluye tanto lo referente a las funciones del animador y el promotor cultural, quienes daban prioridad a la educación artística, al enriquecimiento de la creatividad de las comunidades y al fortalecimiento de la mediación entre productores y receptores de cultura; y la de administrador y gerente cultural, que pone el acento en la posibilidad de organizar la actividad cultural con principios y criterios empresariales. Este es el reto que se presenta hoy en día, seguir privilegiar el aspecto simbólico de la cultura, añadiendo elementos que puedan hacer más profesional nuestro trabajo sumando  mayor dedicación a la producción, distribución y difusión de las actividades y eventos.
   La gestión cultural como campo profesional requiere  de personas cada vez mejor capacitadas para poder enfrentar las oportunidades, los retos y los desafíos del desarrollo cultural y la formulación, implementación y evaluación de políticas culturales; entendiendo a la gestión cultural como un proceso permanente de reflexión-acción colectiva para el cambio social.
   Ante el debilitamiento del concepto de Estado Nación y una tendencia a la reducción de presupuestos para el sector cultural, en nuestro país se han ampliado los escenarios para la gestión cultural. De esta manera, además de las instituciones públicas y universitarias, se han fortalecido dos sectores más; la iniciativa privada y la industria, por un lado; por el otro, la sociedad civil. En cada uno de estos escenarios lo cultural se concibe de distintas maneras. Tal perspectiva plantea la necesidad de fomentar y fortalecer el diálogo entre los tres sectores no sólo para la promoción y desarrollo de lo cultural, sino también para la formulación amplia y diversa de políticas culturales integrales.
   Resulta fundamental ante esta perspectiva que el gestor reflexione sobre las necesidades de los diversos grupos sociales con los que deberá interactuar y considerar, como dice Jesús Martín Barbero, que la validez social y el sentido cultural de los bienes y servicios no está en ellos mismos, sino en sus modos de inserción en la cotidianidad de la gente, que es donde demuestran su capacidad de alentar y transformar la vida.
   Así, al iniciar la segunda década del siglo XXI, el gestor cultural debe ser un profesionista que conozca y analice el sector cultural para problematizar sus mecanismos de gestión/vinculación con la sociedad, para modificarlo y ampliarlo desde una perspectiva de desarrollo cultural; con la capacidad de planear, diseñar, implementar y evaluar políticas, planes, programas y proyectos culturales, con base en el análisis de los contextos sociales, ya sea desde las instituciones, las empresas o los organismos culturales; debe conocer una amplia gama de manifestaciones patrimoniales y expresiones artísticas desde la perspectiva de la creación y el consumo y generar las condiciones propicias para su producción, actualización, en relación con su entorno social.
   Ante la nueva realidad mundial, el gestor cultural debe ser capaz de incidir en las políticas culturales, reconociendo su carácter de mediador que le permite conocer tanto a los creadores, como los bienes y servicios, y sus diversos públicos. El gestor cultural debe ser capaz de ejercer una función prospectiva, al descubrir y evidenciar nuevas necesidades o problemáticas de la sociedad y despertar una preocupación en las instituciones por esos temas.
   Este profesionista debe procurar estar al tanto de nuevas sensibilidades y desarrollos conceptuales, así como discusiones recientes y posiciones críticas que le permiten visualizar maneras alternativas de concebir lo cultural; debe ser capaz de gestionar proyectos, recursos públicos, espacios de circulación y distribución, intercambios y apoyos con perspectivas de mediano y largo plazos
   El gestor cultural debe asumirse como un agente de cambio que tiene la capacidad de favorecer las condiciones propicias para la producción, la reproducción, la circulación y el consumo de las formas simbólicas y facilitar el diálogo cultural entre diversos grupos de la sociedad.
   Cuando se habla, entonces,  de la profesionalización del gestor cultural, se hace referencia tanto a la formación escolarizada ya sea en los niveles de licenciatura, maestría o doctorado,  como a la formación informal que deberá seguir teniendo a lo largo de su vida, con lecturas, experiencias y relación directa con las expresiones culturales y con la sociedad y el contexto en que éstas surgen. Un gestor cultural está siempre en formación y su actuar deberá tener incidencia en decisiones de alto nivel.
   Quien se dedica a la gestión cultural lo hace por vocación. Una vocación que de alguna manera tiene algo de activismo social. El gestor es un rebelde por naturaleza, pues está consciente de la trascendencia de las construcciones simbólicas para la definición de los rostros de las sociedades. Por ello, es también un agitador social que mueve conciencias y que trabajar a pesar del burocratismo y las indolencias de las instituciones responsables. Y aunque encuentre obstáculos y muros que buscan detener su trabajo, siempre logra caminar, pues ser gestor cultural es un compromiso de vida y de por vida.


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