Lourdes Hernández Quiñones
(Comentario editorial en el programa Irradia, de Radio Más, el lunes 20 de febrero de 2017. Conducción de Manuel Vázquez e Ileana Quiroz)
A partir del mes de enero y por invitacion de Manuel Vázquez, Subdirector de Radio Más, hemos estado abordando temas referentes a lo cultural en el programa Irradia. Este texto forma parte de tales comentarios editoriales.
Quisiera
compartir con los radioescuchas una reflexión que ha estado rondando por mi
cabeza en los últimos tres meses y, particularmente en las últimas dos semanas.
En uno de estos lunes aquí en Irradia, Manuel preguntaba dónde quedan las
culturas juveniles, la contracultura en este universo de producción cultural.
De entrada diría que afortunadamente la producción cultural juvenil es una
producción contestataria, que no busca los cauces oficiales para hacerse y
mostrarse y que se construye a partir de la necesidad de expresar un discurso
sensible e inteligente desde la población joven que por naturaleza es rebelde.
Sin embargo, y quizás por ello, las políticas culturales tanto a nivel nacional
como estatal, no hacen un énfasis especial en brindar apoyos para el desarrollo
de diversas manifestaciones culturales de las y los jóvenes.
De entrada, si asumimos que las
políticas públicas en materia de cultura se construyen desde el Estado con el
propósito de organizar el ejercicio de la administración pública y definir qué
asuntos se atenderán y cuántos recursos se asignarán para dichas acciones,
debemos tener presente que tales decisiones se hacen desde una hegemonía que
traza sus líneas de gobierno hacia el desarrollo de acciones que legitimicen su
manera de hacer gobierno. Es decir, se trazan los planes y programas de
gobierno a partir de diagnósticos que arrojan un aparente rostro de la realidad
sobre la que se va a actuar y las decisiones para incidir sobre las
problemáticas encontradas se fundamentan en los planteamientos formulados por
técnicos o especialistas en la materia.
En el caso
que nos ocupa, las políticas públicas en materia de cultura o políticas
culturales, ocurre lo mismo y la participación ciudadana se limita a la
participación-cada día menor-de algunas personas que se atreven a presentar
iniciativas o bien, solicitudes específicas de apoyo, durante los foros de
consulta para los Planes de Desarrollo. Sin embargo, y esto lo han estudiado
investigadores muy relevantes como Alberto Olvera y Ernesto Isunza, de la Universidad
Veracruzana y Felipe Hevia, del CIESAS, el problema de la participación
ciudadana es que ésta implica dos factores que a la vez son inhibidores de la
misma: por un lado, las y los ciudadanos que acuden a participar en los foros
de consulta o bien en consejos de participación ciudadana, son aquellos que
poseen cierto conocimiento de la materia y, además, saben cómo se desarrollan
las acciones de gobierno en sus diferentes órdenes. De tal manera que aquellos
que no tienen tales conocimientos se sienten limitados para tomar parte en las
decisiones de gobierno. Ello ocurre también en el ámbito de la cultura donde
existen actores múltiples y diversos, con voces y requerimientos distintos y
lograr que sean escuchadas y atendidas todas las voces es particularmente
difícil aunque eso sería lo deseable.
Por otro
lado, generalmente los discursos de los planes de gobierno recurren a las
conferencias y convenciones de los organismos rectores de la cultura tanto a
nivel internacional como nacional, que
si bien marcan rumbos necesarios e ideales, muchas veces no corresponden a las
realidades de los países que habitamos el sur. Por ejemplo, el discurso más
reciente habla de la cultura vinculada con el desarrollo de las naciones. Ello
se puede observar con claridad en países como Estados Unidos, Inglaterra, donde
las industrias creativas y las industrias culturales han generado riqueza que
ha generado desarrollo. Sin embargo, en los países que estamos del lado sur,
porque como dice el poeta Mario Benedetti, “el sur también existe”, la realidad
es otra. Somos un país donde la producción cultural es de una riqueza
extraordinaria; sin embargo, todavía no hemos logrado que dicha producción nos
genere la riqueza necesaria, económicamente, para un desarrollo de las diversas
regiones de nuestro país.
Entonces, ¿cómo lograr que las
políticas culturales se construyan con participación ciudadana? ¿Cómo lograr
que en los planes y programas de gobierno se vean reflejadas las inquietudes y
necesidades de los diversos grupos y que éstas sean atendidas a través de las
acciones de gobierno? Un Estado Democrático, como el que tenemos en nuestro
país, requiere diseñar nuevas estrategias para fomentar una real participación
ciudadana que propicie nuevas rutas para atender la diversidad. En ese sentido
debemos pensar y repensar la construcción de políticas culturales, como una
tarea que parta del diálogo y del reconocimiento y respeto a la diferencia.
Finalmente, lo que se busca con la construcción de políticas públicas, es hacer
posible lo deseable.
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