Lourdes
Hernández Quiñones
Son
las universidades, generadoras del conocimiento e instancias para su
distribución social, las que pueden definir con mayor precisión los rumbos por
los que la cultura deberá transitar para brindar a hombres y mujeres
posibilidades de desarrollo social con criterios de equidad y calidad; más
oportunidades para su disfrute y creación, y un panorama de mayor amplitud para
la construcción simbólica de lo cotidiano.
Los
conceptos de temporalidad y de espacio han sufrido una transformación radical,
como resultado de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación,
sin embargo, todavía existe un amplio sector de la población que no tiene
acceso a las nuevas tecnologías y vive una nueva forma de analfabetismo y de
exclusión. Como lo señala la doctora Lucina Jiménez en su libro Políticas culturales en transición. Retos y
escenarios de la gestión cultural en México (2006), esa transformación del
sentido de la percepción del tiempo y la distancia promovida por la velocidad
en la transmisión de imágenes a través de la internet, así como por la invasión
de los medios masivos de comunicación en la vida cotidiana, han modificado las
formas de relación de los públicos con las diversas manifestaciones culturales
y, en particular, con las artes escénicas. Esta problemática la vivimos en
Xalapa y en otras ciudades del estado, en donde los foros ven disminuir su
público de manera alarmante. Por lo general, tal problemática se atribuye a
tres factores: el exceso de actividades, la falta de coordinación entre los
diversos agentes culturales que los lleva a programar actividades el mismo día
a la misma hora, y una mala difusión. Lo cierto es que vivimos una época de
transformación acelerada de los gustos, de los hábitos de consumo de la
población y de las formas usuales de acceso y apropiación de la cultura. Por
ello-dice Lucina Jiménez-cada vez es más necesario entrelazar el diseño de
políticas culturales con el estudio sistemático de los hábitos de consumo
cultural y las formas de percepción de los públicos. Ante la falta de educación
de lo sensible el mercado lo que ha hecho es debilitar el uso del espacio
público, fragmentar los públicos, imponer estéticas mediáticas y establecer
estilos pasajeros. Habrá que agregar también el espectáculo que han hecho los
medios masivos de la vida cotidiana.
En
esta, la llamada ciudad de las flores o la Atenas veracruzana (aunque dudo de
que alguno de los nombres se conserve todavía en el imaginario colectivo como
elementos descriptivos de Xalapa), ha existido a lo largo de los años y en lo
particular, durante la segunda mitad del siglo XX, una actividad cultural
intensa, impulsada de manera especial por la Universidad Veracruzana y por las
instituciones de gobierno, entre las que se encuentran el Instituto Veracruzano
de la Cultura y la ahora Secretaría de Educación de Veracruz que en sus inicios
se llamaría Secretaría de Educación y Cultura y tendría entre sus atribuciones
el desarrollo y promoción de actividades artísticas y culturales hasta que en
el año 2006 la reingeniería de gobierno planteada por Fidel Herrera Beltrán
transfirió el IVEC a la supuesta Secretaría de Turismo y Cultura, ubicando a la
cultura en esta última dependencia por lo que la Secretaría de Educación dejó
de ocuparse de la misma y se olvidó de
la educación artística.
Así,
hasta iniciar el nuevo milenio, tanto en
nuestro país como en Veracruz, había existido casi exclusivamente un movimiento
cultural “institucionalizado”, pues partiría, con algunas excepciones, de las
dependencias de gobierno como las antes mencionadas. Lo anterior permitió
formar un público importante en Xalapa para las artes escénicas, en particular,
para la música.
Dicho
proceso, desde las instituciones, estuvo cimentado en el trabajo de promotores
que han cumplido fundamentalmente una función de programadores y de
acompañamiento de los grupos. Faltó entonces, y sigue faltando en la mayoría de
los casos, que dichos promotores ampliaran sus acciones y actualizaran su
quehacer a los nuevos tiempos. Lamentablemente las instituciones promotoras de
la cultura en nuestra entidad se han convertido en botines políticos, en donde
lo que menos importa es la cultura, por lo que los gestores que allí laboran
han caído en un desánimo total y su perspectiva consiste en esperar al cambio
de gobierno.
En
el nuevo milenio el rostro cultural de Xalapa se ha transformado con
particularidades que no son comunes en otras latitudes. De manera paralela al
crecimiento anárquico de la ciudad, se ha generado un movimiento cultural
independiente que surge de los propios creadores, quienes apoyados por el
trabajo de algunos gestores culturales, también independientes, se han dado a
la tarea de abrir nuevos espacios ante la necesidad de foros, galerías y
centros culturales que las instituciones de gobierno y las universitarias
manejan y que resultan insuficientes para la oferta cultural y para la demanda
de la comunidad intelectual y artística. Los gestores culturales independientes
han hecho esfuerzos para dar continuidad a esta actividad. Algunos lo han
logrado, otros no; y han diversificado la oferta en sus espacios
convirtiéndolos en cultubares,
culturantros, cafés, y un largo etcétera. Esto es parte de lo que requiere
actualmente: gestionar la cultura con creatividad para enfrentar los retos, incorporando
a la investigación en torno a lo
cultural como una herramienta fundamental para tener elementos que nos brinden una
mejor perspectiva de los escenarios donde nos movemos y de sus actores. Lo
anterior, a partir de la consideración de que la creatividad es la capacidad
para pensar, producir y actuar en forma innovadora o novedosa en los diversos
campos del quehacer humano.
Recordemos
que la denominación de gestor cultural
adoptada en nuestro país al iniciar los años noventa, había sido antecedida por
la de animador y promotor cultural; y se ha hablado también de mediador cultural, o de gerentes y administradores culturales. Las distintas expresiones han
respondido a un contexto histórico y a la manera de concebir esta profesión. La
de animador cultural respondía a la necesidad que existía en los años setenta
de animar la cultura y fomentar la creatividad cultural; años más tarde, la de mediador partiría de la idea de que es
necesario fomentar la intermediación entre los agentes culturales: productores
y receptores de cultura; la de gerentes y
administradores hace hincapié en la necesidad de organizar la actividad
cultural con principios y criterios empresariales, ya que se considera que la
cultura se ha convertido en un poder público y en un importante sector
económico. Esta última denominación tiene grandes carencias como es que deja de lado las connotaciones de
creatividad y los enfoques relacionados con la educación y la ciudadanía, para
incidir más en los aspectos que tienen que ver con lo puramente empresarial.
En este
siglo veintiuno la denominación de gestor
cultural es la que sigue empleándose, pues se considera que incluye tanto
lo referente a las funciones del animador y el promotor cultural, quienes daban
prioridad a la educación artística, al enriquecimiento de la creatividad de las
comunidades y al fortalecimiento de la mediación entre productores y receptores
de cultura; y la de administrador y gerente cultural, que pone el acento en la
posibilidad de organizar la actividad cultural con principios y criterios
empresariales. Este es el reto que se presenta hoy en día, seguir privilegiar
el aspecto simbólico de la cultura, añadiendo elementos que puedan hacer más
profesional nuestro trabajo sumando
mayor dedicación a la producción, distribución y difusión de las
actividades y eventos.
La
gestión cultural como campo profesional requiere de personas cada vez mejor capacitadas para
poder enfrentar las oportunidades, los retos y los desafíos del desarrollo
cultural y la formulación, implementación y evaluación de políticas culturales;
entendiendo a la gestión cultural como un proceso permanente de
reflexión-acción colectiva para el cambio social.
Ante
el debilitamiento del concepto de Estado Nación y una tendencia a la reducción
de presupuestos para el sector cultural, en nuestro país se han ampliado los
escenarios para la gestión cultural. De esta manera, además de las
instituciones públicas y universitarias, se han fortalecido dos sectores más;
la iniciativa privada y la industria, por un lado; por el otro, la sociedad
civil. En cada uno de estos escenarios lo cultural se concibe de distintas
maneras. Tal perspectiva plantea la necesidad de fomentar y fortalecer el
diálogo entre los tres sectores no sólo para la promoción y desarrollo de lo
cultural, sino también para la formulación amplia y diversa de políticas
culturales integrales.
Resulta
fundamental ante esta perspectiva que el gestor reflexione sobre las
necesidades de los diversos grupos sociales con los que deberá interactuar y
considerar, como dice Jesús Martín Barbero, que la validez social y el sentido
cultural de los bienes y servicios no está en ellos mismos, sino en sus modos
de inserción en la cotidianidad de la gente, que es donde demuestran su capacidad
de alentar y transformar la vida.
Así,
al iniciar la segunda década del siglo XXI, el gestor cultural debe ser un
profesionista que conozca y analice el sector cultural para problematizar sus
mecanismos de gestión/vinculación con la sociedad, para modificarlo y ampliarlo
desde una perspectiva de desarrollo cultural; con la capacidad de planear,
diseñar, implementar y evaluar políticas, planes, programas y proyectos
culturales, con base en el análisis de los contextos sociales, ya sea desde las
instituciones, las empresas o los organismos culturales; debe conocer una
amplia gama de manifestaciones patrimoniales y expresiones artísticas desde la
perspectiva de la creación y el consumo y generar las condiciones propicias
para su producción, actualización, en relación con su entorno social.
Ante
la nueva realidad mundial, el gestor cultural debe ser capaz de incidir en las
políticas culturales, reconociendo su carácter de mediador que le permite
conocer tanto a los creadores, como los bienes y servicios, y sus diversos
públicos. El gestor cultural debe ser capaz de ejercer una función prospectiva,
al descubrir y evidenciar nuevas necesidades o problemáticas de la sociedad y
despertar una preocupación en las instituciones por esos temas.
Este
profesionista debe procurar estar al tanto de nuevas sensibilidades y
desarrollos conceptuales, así como discusiones recientes y posiciones críticas
que le permiten visualizar maneras alternativas de concebir lo cultural; debe
ser capaz de gestionar proyectos, recursos públicos, espacios de circulación y
distribución, intercambios y apoyos con perspectivas de mediano y largo plazos
El
gestor cultural debe asumirse como un agente de cambio que tiene la capacidad
de favorecer las condiciones propicias para la producción, la reproducción, la
circulación y el consumo de las formas simbólicas y facilitar el diálogo
cultural entre diversos grupos de la sociedad.
Cuando
se habla, entonces, de la
profesionalización del gestor cultural, se hace referencia tanto a la formación
escolarizada ya sea en los niveles de licenciatura, maestría o doctorado, como a la formación informal que deberá
seguir teniendo a lo largo de su vida, con lecturas, experiencias y relación
directa con las expresiones culturales y con la sociedad y el contexto en que
éstas surgen. Un gestor cultural está siempre en formación y su actuar deberá
tener incidencia en decisiones de alto nivel.
Quien
se dedica a la gestión cultural lo hace por vocación. Una vocación que de
alguna manera tiene algo de activismo social. El gestor es un rebelde por
naturaleza, pues está consciente de la trascendencia de las construcciones
simbólicas para la definición de los rostros de las sociedades. Por ello, es
también un agitador social que mueve conciencias y que trabajar a pesar del
burocratismo y las indolencias de las instituciones responsables. Y aunque
encuentre obstáculos y muros que buscan detener su trabajo, siempre logra
caminar, pues ser gestor cultural es un compromiso de vida y de por vida.