domingo, 27 de febrero de 2011

Voz invitada

 (Discurso de Federico García Lorca al Pueblo de Fuente de Vaqueros,Granada,  cuando lo invitaron a inaugurar la biblioteca de su pueblo, en septiembre de 1931)

 

Medio pan y un libro
Cuando alguien va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que él quiere no se encuentren allí. ‘Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi padre’, piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve melancolía.

Ésta es la melancolía que yo siento, no por la gente de mi casa, que sería pequeño y ruin, sino por todas las criaturas que por falta de medios y por desgracia suya no gozan del supremo bien de la belleza que es vida y es bondad y es serenidad y es pasión.

Por eso no tengo nunca un libro, porque regalo cuantos compro, que son infinitos, y por eso estoy aquí honrado y contento de inaugurar esta biblioteca del pueblo, la primera seguramente en toda la provincia de Granada.

No sólo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro. Y yo ataco desde aquí violentamente a los que solamente hablan de reivindicaciones económicas sin nombrar jamás las reivindicaciones culturales que es lo que los pueblos piden a gritos. Bien está que todos los hombres coman, pero que todos los hombres sepan. Que gocen todos los frutos del espíritu humano porque lo contrario es convertirlos en máquinas al servicio de Estado, es convertirlos en esclavos de una terrible organización social.

Yo tengo mucha más lástima de un hombre que quiere saber y no puede, que de un hambriento. Porque un hambriento puede calmar su hambre fácilmente con un pedazo de pan o con unas frutas, pero un hombre que tiene ansia de saber y no tiene medios, sufre una terrible agonía porque son libros, libros, muchos libros los que necesita y ¿dónde están esos libros?

¡Libros! ¡Libros! Hace aquí una palabra mágica que equivale a decir: ‘amor, amor’, y que debían los pueblos pedir como piden pan o como anhelan la lluvia para sus sementeras. Cuando el insigne escritor ruso Fedor Dostoyevsky, padre de la revolución rusa mucho más que Lenin, estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, es decir, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.

Ya ha dicho el gran Menéndez Pidal, uno de los sabios más verdaderos de Europa, que el lema de la República debe ser: ‘Cultura’. Cultura porque sólo a través de ella se pueden resolver los problemas en que hoy se debate el pueblo lleno de fe, pero falto de luz.



domingo, 6 de febrero de 2011

Miradas a lo cultural

Espejos para las palabras y la construcción de un autoretrato
Lourdes Hernández Quiñones
El encuentro con la propia imagen y el diálogo interno que ello propicia, se da con facilidad al caminar por la Galería de Arte Contemporáneo del Ivec, en la ciudad de Xalapa, Veracruz, donde el visitante puede disfrutar de la exposición Espejos de Santa Ana Zegache. De pronto, quizás desconcierte encontrar espejos donde se podría contemplar obra plástica. Sin embargo, esta exposición merece ser disfrutada desde la posición de un humilde espectador que es invitado por la comunidad de Santa Ana Zegache, en Oaxaca, para conocer qué ocurre en esas tierras donde el cielo se ha olvidado de llover para propiciar buenas cosechas.
Ubicada a 45 minutos de la ciudad de Oaxaca, esta comunidad de un poco más de dos mil habitantes ha sufrido, como muchas otras, el éxodo de sus habitantes hacia los Estados Unidos, en busca de una realidad más alentadora y, por ello, su casi nula actividad agrícola sólo es suficiente para el autoconsumo. Al lado de esta desolación, el patrimonio cultural ha obsequiado a sus habitantes un templo dominico del siglo XVII que en su interior resguarda un legado artístico e histórico de gran valor, constituido por pinturas murales y retablos barrocos, antiguos manuscritos, pinturas y esculturas, así como una colección de espejos con sus marcos estofados. Gracias a las gestiones del pintor oaxaqueño Rodolfo Morales se dio inicio a la restauración de dicho templo y, a la par de aliviar los daños de esta construcción y de los bienes que resguarda, se curó el alma y el ánimo de los pobladores de este lugar quienes encontraron su orgullo e identidad en el patrimonio de la comunidad y, con ello, la posibilidad de cambiar su vida.
Existen muchos ejemplos de cómo las expresiones culturales han modificado los destinos de hombres y mujeres, al brindarles la posibilidad de reconstruirse al encontrar nuevos significados en sus vidas. Ha sido el caso de experiencias con niños y jóvenes, víctimas de la guerrilla en Colombia, o con mujeres que han sufrido algún tipo de violencia. Los pobladores de santa Ana Zegache también han vivido esta experiencia y así, a partir de la idea del maestro Morales de crear los talleres comunitarios, se ha recuperado oficios tales como la restauración, la talla en madera y la carpintería, así como el bordado a mano; se ha reactivado la economía local con la participación de la comunidad, que reproduce y vende diez diseños de marcos para espejos cuyos originales del siglo XVIII se resguardan y exhiben dentro de la iglesia y cuyas ganancias se reutilizan para la restauración del templo y la manutención del taller.
De allí la relevancia de esta muestra que, además de narrar en silencio la historia del resurgimiento de una comunidad a partir de la actividad cultural, obsequia al visitante la posibilidad del goce estético en los marcos de los espejos autoría de artistas visuales como Demián Flores, Francisco Castro leñero, Germán Venegas, Gabriel Macotela, Boris Viskin y Sergio Hernández. A la par, el encuentro del rostro del que mira, mirando, lleva al espectador a un diálogo interno, a la construcción de un autorretrato.