(Agradezco al poeta Jorge Lobillo su gentileza al compartir este texto para los lectores del blog Senderos de lo Cultural)
Vivimos una realidad compleja. Los problemas financieros permean todo el mundo. Los países se tambalean ante el desplome de las bolsas de valores, las monedas pierden su valor. El desempleo se ha incrementado en forma alamante; el narcotráfico invade cotidanamente los territorios y por ello, los habitantes de este planeta nos sentimos más frágiles e intimidados. Aún así, la realidad se nos regala para imaginar soluciones colectivas. Sólo entorno al bien común se podrá construir salidas viables. Por ello reproducimos este fragmento de una entrevista con la escritora Marguerite Yourcenar.
A la pregunta: “-Usted condena el principio de la
democracia”, Marguerite Yourcenar, en una entrevista, respondió:
-Condeno la ignorancia que reina tanto en las democracias
como en los regímenes totalitarios. Esta ignorancia es tan grande, tan total,
que pareciera no sólo deseada por el
sistema, sino por el régimen. He reflexionado con frecuencia acerca de lo que
podría ser la educación del niño. Pienso que se necesitarían estudios básicos,
muy simples, en los que el niño aprendería que vive, en el seno del universo,
sobre un planeta cuyos recursos deberá cuidar más tarde, que depende del aire,
del agua, de todos los seres vivientes, y que el menor error o la menor
violencia, pueden destruirlo todo.
Aprendería que los hombres se han
matado entre sí en guerras que sólo han producido otras guerras, y que cada
país acomoda su historia, falsamente, para halagar su orgullo. Se le enseñaría
lo suficiente del pasado para que se sienta ligado a los hombres que lo han
precedido, para que los admire cuando lo merezcan, sin hacer de ellos unos
ídolos, como tampoco del presente o de un hipotético porvenir.
Se intentaría familiarizarlo, a la vez
con los libros y las cosas; sabría el nombre de las plantas, conocería a los
animales, sin hacer esas odiosas vivisecciones impuestas a los niños y a los
adolescentes con el pretexto del estudio de la biología; aprendería a dar los
primeros auxilios a los heridos; su educación sexual comprendería su presencia
en un parto, su educación mental la vista de enfermos graves y de muertos. Se
le darían también simples nociones de moral, sin las cuales la vida en sociedad
es imposible, instrucción que las escuelas elementales y medias ya no se
atreven a dar en este país.
En materia de religión, no se le
impondría ninguna práctica o ningún dogma, pero se le diría algo respecto de
todas las grandes religiones del mundo, sobre todo las de su país, para
despertar su respeto y destruir por adelantado ciertos prejuicios odiosos. Se
le enseñaría a amar el trabajo cuando el trabajo es útil, y a no dejarse
engañar por la impostura publicitaria, comenzando por la que le pondera
golosinas más o menos adulteradas, que le preparan futuras caries y diabetes.
Hay ciertamente un medio de hablar a los niños de cosas en verdad importantes,
y más pronto de lo que se le hace.
-Debería ser una educación universal.
-Le parece utópica, y en las actuales circunstancias lo
es, pero lo utópico no es necesariamente imposible. Sería, por primera vez, una
educación humana. Por lo menos se podría intentar ir en ese sentido, en lugar
de precipitarse en sentido contrario.