El amor y la dedicación para preparar los platillos y los
altares, así como los demás detalles de la ceremonia en torno a los fieles
difuntos, es una tradición que tiene mucho que ver con la creencia de que todos
nos reencontraremos en algún lugar cuando traspasemos la línea que marca el final de nuestro
días.
Elena Garro, escritora, dramaturga profunda de voz poética y
maravillosa escribió su obra Un hogar
sólido, que trata sobre la convivencia de varios difuntos en la cripta
familiar. Llena de humor y metáforas, al llegar los días de muertos siempre la
recuerdo y repaso de memoria algunos de sus diálogos. Así imagino a nuestros
amigos y familiares que se nos han adelantado en esta aventura de vida, en una
reunión eterna-siendo espíritu, siendo viento-, en comunión con las estrellas, acompañados por recuerdos que siempre vuelven a ser un hoy cuando se comparten.
Silba ya el viento que se murmura en los labios
de nuestros muertitos, y ese mismo aire que es vida y que es muerte acaricia nuestros rostros
anunciando presencias de aquellos que vienen invitados a nuestra reunión para
poder aspirar el aroma de los platillos y bebidas que tanto les gustaban, para
compartir el ánima de todo lo que encuentran en su altar, para decirse en las
fotografías que les demuestran que ya se han ido.
Lo más hermoso de esta tradición de los altares, es que
invocan la vida. La vida del que se fue, la vida del que todavía anda corriendo
mundo y los recuerda, la vida que necesariamente es principio y es final.
Hace más de veinte años, la Secretaría de Educación y
Cultura de Veracruz implementó un programa que llevó por nombre La cultura veracruzana:
Altares de Vida. Tenía como propósito fortalecer esta tradición que había ido
perdiendo terreno frente a la invasión del norteamericano halloween. En las escuelas de educación básica y enseñanza
media de toda la entidad se promovió que se montaran altares para los difuntos, lo que tuvo como resultado que a lo largo y
ancho del territorio veracruzano, se revalorara una de las tradiciones más
hermosas. Lo anterior fue un gran acierto, así como el nombre que enmarcó
dichas acciones: Altares de vida, pues
se trata de honrar la ausencia con la presencia de su recuerdo eterno; fiestas que son nuestro patrimonio cultural.
Estos días de difuntos, son
más que nunca presencia viva, por la compañía que nos regalan y por la realidad
que nos obsequian al mirarnos vivir.
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