Lourdes Hernández Quiñones
Cuando se presentó en Xalapa Sergio Pitol: una autobiografía soterrada
(ampliaciones, rectificaciones y desacralizaciones), los allí presentes
además de celebrar la aparición de otro libro de este escritor, nos sentimos
muy felices de encontrarlo de nuevo rodeado por sus lectores. Sin embargo, no
imaginábamos que meses después la aparición de esta obra sería también el
anuncio de su silencio literario.
Así fue. En la presentación de su
biografía soterrada en la Ciudad de México, Pitol se encargaría de dar a
conocer tal noticia, acto valiente que sólo podría haber sido escuchado en la
voz del también autor del tríptico El
arte de la fuga, El viaje y El mago
de Viena.
Ya en su último libro, una edición muy
hermosa y bien cuidada por el sello Almadía, Sergio Pitol va regalando al
lector a lo largo de su lectura, varias pistas que lo llevan a imaginar que su
silencio está por llegar: sus viajes constantes a Cuba, donde se interna para
el tratamiento de un problema neurológico que le dificulta dar sentido a sus oraciones,
pues las palabras se le aparecen con significados poco claros, confusos o
ignorados y, de esta manera, hilvanar su discurso literario resulta complicado.
Aun así, Pitol hace en su autobiografía soterrada una revisión de su estancia
en Europa, esos años que lo llevaron no sólo a conocer el mundo distante, sino
a formarse como escritor en la soledad de los viajes.
Quizás el retiro de Pitol del mundo
creativo, signifique de pronto para todos aquellos que admiramos y disfrutamos
su trabajo, un hecho triste. Sin embargo, habrá que mirar esta decisión con la
valentía del propio escritor, quien sabe que tal decisión formará parte de su
trayectoria literaria, de esa otra biografía que al paso de los años le seguirá
concediendo un lugar fundamental en las letras de nuestro país y del mundo. El
caso de Pitol, un escritor forjado en un primer momento en la traducción y
posteriormente en el trabajo dedicado a la escritura y compartido en la enseñanza, hacen de este hombre un
personaje cuyo silencio sólo podrá contemplarse como una pausa en un amplio
discurso que se continuará escuchando siempre en cada lectura de su obra. Esa
voz del autor que hablará en sus
escritos cada vez que se abra uno de sus libros, ganando siempre el
lugar a la ausencia.
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