martes, 30 de noviembre de 2010

Miradas a lo cultural

(Agradezco al poeta Jorge Lobillo, hombre de inteligencia sensible y creativa,  quien nos facilitó este texto, con la conciencia de que lo expresado por Gilberto Gil, ministro de cultura con el presidente de Brasil Lula da Silva, pudiera ser motivo de reflexión para los responsables de la cultura en Veracruz en la nueva administración estatal y, además, para los responsables de la cultura en el país.)

EL DIOS-MERCADO NO PUEDE CON LA CULTURA

Gilberto Gil

(Icono de la música de Brasil, Gilberto Gil fue ministro de Cultura de su país. Ni el paso del tiempo ni los altibajos del gobierno de Lula han quitado vigencia al discurso que “el niño prodigio del tropicalismo” pronunciara al asumir su cargo).

La elección de Luis Ignacio Lula da Silva fue la manifestación más elocuente de la nación brasileña de la necesidad y urgencia de un cambio. No por un cambio superficial o meramente táctico en el ajedrez de nuestras posibilidades nacionales. Sino por un cambio estratégico y esencial que se sumerja profundamente en el cuerpo y espíritu del país. El ministro de Cultura entiende así el mensaje enviado por los brasileños, a través de la consagración popular del nombre de un trabajador, del nombre de un brasileño profundo, sencillo y directo, de un brasileño identificado por cada uno de nosotros como un igual, como un compañero.
            Y también en ese horizonte entiendo el deseo del presidente Lula de que yo asuma el Ministerio de Cultura. Una elección práctica, pero también simbólica, de un hombre del pueblo como él. De un hombre que se enganchó en un sueño generacional de transformación del país, de un negro-mestizo comprometido con las acciones de su gente, de un artista que nació en los suelos más generosos de nuestra cultura popular y que, como su pueblo, siempre enfrentó la aventura, la fascinación y el desafío de lo nuevo. Y es por eso mismo que asumo, como una de mis tareas centrales, acabar con la distancia que separa hoy al Ministerio de Cultura de la vida cotidiana de los brasileños.
                        Quiero que el Ministerio esté presente en todas las esquinas y escondrijos de nuestro país. Quiero que esta sea la casa de todos los que piensan y hacen el Brasil. Que sea realmente la casa de la cultura brasileña.
            Y lo que entiendo por cultura va mucho más allá del ámbito restringido o restrictivo de las concepciones académicas, o de los ritos y de la liturgia de una supuesta “clase artística e intelectual”. Cultura, como alguien ya dijo, no es apenas “una especie de ignorancia que distingue a los estudiosos”. Ni solamente lo que se produce en el ámbito de las formas canonizadas por los códigos occidentales, con sus supuestas jerarquías. Del mismo modo, nadie aquí me va a oír pronunciar la palabra “folklore”. Los vínculos entre el concepto erudito de “folklore” y la discriminación cultural no son sólo estrechos, son íntimos. “Folklore” es todo aquello que al no encuadrar, por su antigüedad, en el panorama de la cultura de masas, es producido por gente inculta, por “primitivos contemporáneos”, como una especie de enclave simbólico, históricamente atrasado, en el mundo actual. Las enseñanzas de Lina Bo Bardi me previnieron definitivamente contra esa trampa. No existe “folklore”, lo que existe es cultura.
            Cultura como todo aquello que, en el uso de cualquiera cosa, se manifiesta más allá de su mero valor de uso. Cultura como aquello que, en cada objeto que producimos, trasciende lo meramente técnico. Cultura como fábrica de símbolos de un pueblo. Cultura como conjunto de signos de cada comunidad y de toda la nación. Cultura como el sentido de nuestros actos, la suma de nuestros gestos, el sentido de nuestras costumbres.
            Desde esta perspectiva, las acciones del Ministerio de Cultura deben ser entendidas como ejercicios de antropología aplicada. El Ministerio debe ser como una luz que revela, en el pasado y en el presente, las cosas y los signos que hicieron y hacen, de Brasil, Brasil. Así el sello de la cultura, el foco de la cultura, será colocado en todos los aspectos que la revelen y la expresen, para que podamos tejer el hilo que los une.
            No le toca al Estado hacer cultura, mas sí crear las condiciones de acceso universal a los bienes simbólicos. No le toca al Estado hacer cultura, mas, sí, proporcionar las condiciones necesarias para la creación y la producción de los bienes culturales, sean estos artefactos o mentefactos. No le toca al Estado hacer cultura, mas, sí, promover el desarrollo cultural de la sociedad. Porque el acceso a la cultura es un derecho básico de la ciudadanía, así como el derecho a la educación, la salud, la vida en un medio ambiente saludable. Porque, al dar las condiciones de creación y producción estaremos tomando una iniciativa de consecuencias imprevisibles, incluso brillantes y profundas, ya que la creatividad popular brasileña, desde los primeros tiempos coloniales hasta hoy, fue siempre mucho más allá de lo que permitían las condiciones educativas, sociales y económicas de nuestra existencia. En verdad, el Estado nunca ha estado a la altura del hacer de nuestro pueblo en las más variadas ramas del gran árbol de la creación simbólica brasileña.
            Por lo tanto, es preciso ser humildes. Pero, al mismo tiempo, el Estado no debe dejar de actuar. No debe de optar por la omisión. No debe de quietar de sus hombros la responsabilidad de la formulación y la ejecución de políticas públicas, apostando todas sus fichas en mecanismos fiscales y así entregar la política cultural a los vientos, al carácter, a los caprichos del Dios-mercado. Es claro que las leyes y los mecanismos de incentivos fiscales son muy importantes. Pero el mercado no es todo. No lo será nunca. Sabemos muy bien que en materia de cultura, así como en salud y educación, es necesario examinar y corregir las distorsiones inherentes a la lógica del mercado que siempre es regida, como bien se sabe, por la ley del más fuerte. Sabemos que en muchos casos es preciso ir más allá del inmediatismo, de una visión de corto alcance, estrecha, insuficiente, así como de la ignorancia de los agentes mercadotécnicos. Sabemos que es necesario suplir nuestras grandes carencias fundamentales.
            El Ministerio no puede, por lo tanto, ser solamente un arca de riquezas para una clientela preferencial. Tengo, entonces, que hacer una excepción: no le toca al Estado hacer cultura, a no ser en un sentido muy específico e inevitable. En el sentido de que formular políticas públicas para la cultura es, también, producir cultura. En el sentido de que toda política cultural no puede dejar nunca de expresar aspectos esenciales de la cultura de ese mismo pueblo. Y también, en el sentido de que es preciso intervenir. Sin seguir el viejo modelo estatizante, sino para aclarar caminos, abrir claros, estimular, proteger. Para hacer una especie de “do-in” antropológico, masajeando puntos vitales, que han permanecido despreciados o adormecidos del cuerpo cultural del país. En fin, para avivar lo viejo y atizar lo nuevo. Porque la cultura brasileña no puede ser pensada fuera de ese juego, de esa dialéctica permanente entre la tradición y la invención, en una encrucijada de matrices milenarias e informaciones y tecnologías de punta.
            Por tanto, no se trata solamente de expresar, reflejar, mirarse en el espejo. Las políticas públicas para la cultura deben ser encaradas, también, como intervenciones, como avenidas reales o vecinales, como caminos necesarios, como atajos urgentes. En conclusión, como intervenciones creativas en el campo de lo real, histórico y social. De ahí que la política cultural de este Ministerio, la política cultural del gobierno de Lula, a partir de este momento, de este instante, pasa a ser vista como parte del proyecto general de construcción de una nueva hegemonía en nuestro país. Como parte de un proyecto general de construcción de una nación realmente democrática, plural y tolerante. Como parte y esencia de un proyecto consistente y creativo de radicalidad social. Como parte y esencia de la construcción de un Brasil de todos.
            Pienso, además que el presidente Lula está en lo correcto cuando dice que la ola actual de violencia, que amenaza con destruir valores esenciales de la formación de nuestro pueblo, no debe ser abonada automáticamente a la cuenta de la pobreza. Siempre tuvimos pobreza en Brasil, pero nunca la violencia ha sido tanta como hoy. Y esta violencia viene de las desigualdades sociales, porque también sabemos que lo que aumentó en Brasil, en estas últimas décadas, no fue exactamente la pobreza o la miseria. La pobreza hasta disminuyó un poco, como lo muestran las estadísticas. Pero al mismo tiempo, Brasil se convirtió en uno de los países más desiguales del mundo. Un país que posee, tal vez, la peor distribución de riqueza de todo el planeta. Y es ese escándalo social el que explica, básicamente, el carácter que la violencia urbana ha asumido recientemente entre nosotros, subvirtiendo, inclusive, los antiguos valores del bandidaje brasileño.
            O Brasil acaba con la violencia, o la violencia acaba con Brasil. Brasil no puede continuar siendo sinónimo de una aventura generosa, pero siempre interrumpida. O de una aventura sólo nominalmente solidaria. No puede continuar siendo, como decía Oswald de Andrade, un país de esclavos que insisten en ser hombres libres. Tenemos que completar la, construcción de la nación. De incorporar a los segmentos excluidos. De reducir las desigualdades que nos atormentan. O no tendremos cómo recuperar nuestra dignidad interna, ni cómo afirmarnos plenamente en el mundo. Cómo sustentar el mensaje que tenemos que dar al planeta, como nación que se prometió el ideal más alto que una colectividad puede proponerse a sí misma: el ideal de la convivencia y de la tolerancia, de la coexistencia de seres y lenguas múltiples y diversos, de la convivencia con la diferencia e incluso con lo opuesto. Y el papel de la cultura, en ese proceso, no es sólo táctico o estratégico, es central: el papel de contribuir obviamente a la superación de desniveles sociales, pero apostando siempre a la realización plena de lo humano.
            La diversidad cultural brasileña es un hecho. Paradójicamente, es nuestra unidad de cultura, unidad básica, incluyente y profunda. En verdad, podemos decir que la diversidad interna es, hoy, uno de nuestros trazos identitarios más nítidos. Es lo que  hace que un habitante de la favela, ligado a la samba y a la macumba, y un caboclo (mestizo –indio-blanco) amazónico, que cultiva carimbós y encantados, se sientan y, de hecho, sean, igualmente brasileños. Como bien dice Agostinho da Silva, Brasil no es el país de esto o aquello, sino el país de esto y aquello. Somos un pueblo mestizo, que ha venido creando, a lo largo de los siglos, una cultura esencialmente sincrética. Una cultura diversificada, plural, como un verbo conjugado por diferentes personas, en tiempos y modos distintos. Porque, al mismo tiempo, esa cultura es una: cultura tropical sincrética tejida al abrigo de la luz de la lengua portuguesa.
            Y no por casualidad me referí, antes, al plano internacional. Pienso que la política cultural debe permear todo el gobierno, como una especie de argamasa de nuestro nuevo proyecto nacional. De este modo, tendremos que actuar transversalmente, en sintonía con los demás ministerios. Algunos de estos vínculos se diseñan de forma casi automática, inmediata, como en los casos de los ministerios de Educación, de Turismo, del Medio Ambiente, del Trabajo, de los Deportes, de la Integración Nacional. Pero no todos se acuerdan inmediatamente de un vínculo lógico y natural, en el contexto que estamos viviendo y en función del proyecto que tenemos entre manos: el vínculo con el Ministerio de Relaciones Exteriores. Si hay dos cosas que hoy atraen irresistiblemente la atención, la inteligencia y la sensibilidad internacional hacia Brasil, una es la Amazonia, con su diversidad, y la otra es la cultura brasileña, con su semiodiversidad. Brasil aparece, con sus diásporas y sus mezclas, como un emisor de mensajes nuevos, en el contexto de la globalización.
            Conjuntamente con el Ministerio de Relaciones Exteriores, tenemos que pensar, modelar e insertar la imagen de Brasil en el mundo. Tenemos que posicionarnos estratégicamente en el campo magnético del gobierno de Lula, con su énfasis en la afirmación soberana de Brasil en el escenario internacional. Y sobre todo debemos saber que el mensaje que Brasil debe dar al mundo es un ejemplo de convivencia de opuestos y de paciencia con lo diferente, en un momento en que discursos feroces y estandartes bélicos se levantan planetariamente. Sabemos que las guerras son manejadas, casi siempre, por intereses económicos. Pero no sólo. Se diseñan, también, en las esferas de la intolerancia y del fanatismo. Y, aquí, Brasil tiene lecciones que dar a pesar de lo que digan ciertos representantes de instituciones internacionales y sus portavoces internos que, a fin de intentar expiar sus culpas raciales, se esfuerzan en encuadrarnos en un molde de hipocresía y discordia, componiendo un retrato interesado a nuestra gente, capaz de convencerlos apenas a ellos mismos. Sí: Brasil tiene lecciones que dar, en el campo de la paz y en otros, con sus tendencias permanentemente sincréticas y transculturales. No vamos a bajarnos de eso.
            En resumen, es con esta comprensión de nuestras necesidades internas y de la búsqueda de una inserción de Brasil en el mundo que el Ministerio de Cultura va a actuar, dentro de los principios, derroteros y boyas del proyecto de cambio del que el presidente Lula es, hoy, la encarnación más verdadera y más profunda. Este será el espacio de la experimentación de nuevos rumbos. El espacio de apertura para la creatividad popular y para los nuevos lenguajes. El espacio de la disponibilidad para la aventura y la osadía. El espacio de la memoria y la invención.
           
           
(Jorge Lobillo nació en Xalapa hace algunos ayeres. Es un poeta de exquisita sensibilidad que ha sido traducido a varios idiomas. Su quehacer poético ha fructificado en varios libros que son un regalo para la literatura y para los buenos lectores.)

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